FE
...y alzando mis brazos al cielo imploro comprensión, clemencia y consejo. ¿Es ahí donde encontraré la respuesta?
La historia de la civilización nos ha ido relatando como la Iglesia fue el regazo y brazo protector de la humanidad. Actualmente, es un hecho que más del 80% de la población mundial tiene algún tipo de creencia.
Los sucesos verifican que antiguamente, en Occidente, la fe católica fue la respuesta a nuestras oraciones, y pecados, colmaba nuestras inseguridades y vencía a nuestros miedos. En la actualidad no nos encontramos muy distanciados de esa situación, funciona con los mismos mecanismos y continuamos abrazando la fe como esperanza de vida. A través de esta premisa queda en evidencia el verdadero poder de la religión. Que ni la tecnología, medicina, astronomía, física, etc, hayan podido combatir con la creencia en la existencia de Dios y aplacar las diferentes doctrinas es lo que la mantiene en permanente debate en cualquier tiempo. Es así, desde la más pura racionalidad el ser humano tiene fe.
Los herederos de San Pedro y de María Magdalena caminan en pleno siglo XXI como lo anduvieron haciendo antaño, desde el amor y la esperanza. Diferentes escenarios para una misma acción, el poderoso púlpito de una catedral, el convento de clausura o el precario altar de una iglesia de barrio, por poner como ejemplo. Haciendo llegar la palabra de Cristo, sirviéndose de todas sus armas para templar y calmar las almas que anhelan estar en paz consigo mismas. Cada sacerdote, monje o religiosa hace uso de su propia metodología y concepción de la doctrina para que la transmisión de la misma sea lo más coherente para con ellos y el resto.
Como cada uno vive su fe, así adoctrinan, desde la más profunda sobriedad y recato hasta la palabra alzada desde el tono más alto. El arte del que cada profeta se sirve para llegar a sus expectantes oyentes. Seres de Dios que caminan despacio y con ahínco, que con su palabra y gesto hablan con nosotros como ya lo hacen con el ser divino. Manos y miradas que alzan su súplica al cielo, intentando hallar el camino redentor de todos nosotros.
Dura labor la de estos apóstoles de hoy en día, han de armarse de un fuerte carisma, la palabra divina recibida por Moisés en el Monte Sinaí carece de convicción si no se ayuda de otro tipo de acciones. Enfrentados a la continua duda e incertidumbre, convertidos en auténticos malabaristas, hoy, el sacerdote, se ha bajado de su púlpito, se ha acercado al feligrés y entabla una relación más cercana a través de la fe, la esperanza y la caridad.
Queca Levenfeld Artvanguardia